Hamburgo, 2024.
En Hamburgo tomé la mejor cerveza que he tomado. Más que la cerveza, fue la experiencia detrás de ella.
Ahí estaba, a mitad de la noche en un bar al que estoy seguro jamás regresaré.
Aunque quisiera, me sería imposible reconocerlo: su nombre y ubicación exacta son un misterio para mí. Y siendo sinceros, prefiero que así sea. Algunas cosas es mejor que se queden como recuerdo.
Después de dejar mis maletas, decidí salir a caminar por el puerto de St. Pauli y perderme entre las calles y restaurantes de la ciudad. En Hamburgo, la gente es cálida —a diferencia del clima—, y la arquitectura es tan rica como la historia de la ciudad.
Con poca pila en mi teléfono y sin creerme del todo en donde estaba, lo mejor que se me ocurrió fue buscar un bar y algo de comer.. Después de caminar durante horas, finalmente llegué a un bar típico alemán: luces bajas, la noche cayendo, risas por todos lados y bartenders sirviendo más cervezas de las pueden cargar, me recibieron al entrar por la puerta principal.
Dieciocho kilómetros de caminata y dos cervezas después, me puse a reflexionar lo afortunado que era. Estaba en un país lejano, nadie me conocía y tenía la oportunidad de pasar tiempo conmigo mismo. Mis “problemas” eran pocos, y no dejaba de pensar en lo irrelevante que era todo lo que hasta ese momento consideraba importante.
Viajar te hace darte cuenta de que solo eres producto de tu contexto; que incluso dentro de tus problemas, eres afortunado de haber nacido donde naciste. Que todo aquello que te preocupa no es tan importante como crees y, sobre todo, que la vida es realmente efímera.
Es una paradoja bellísima: te sientes diminuto, pero al mismo tiempo sientes una conexión y una responsabilidad enorme con el mundo. Richard Feynman, un reconocido físico (su libro vale la pena ser leído y re leído muchas veces) solía decir que en la inmensidad del cosmos no somos más que un gusano, pero que a el le gustaba pensar que era un “gusano que brilla”.
Podría parecer que nuestras acciones carecen de importancia, pero luego lo piensas y te das cuenta de que, en realidad, todo tiene propósito. Ayudar a un desconocido, ser amable, reír fuerte, abrazar mucho, disfrutar tu comida, aligerar la carga de los demás y experimentar la vida son razones suficientes para vivir.
Después de dos cervezas, decidí que era tiempo de regresar a donde me estaba hospedando.
Caminé de punta a punta por la ciudad, medio borracho y medio congelado. Faltando cinco minutos para año nuevo, decidí sentarme a esperar los fuegos artificiales junto a unos alemanes que cantaban y bebían. A nadie pareció molestarle mi presencia; quizás fueron las cervezas, o tal vez la emoción compartida de empezar un nuevo año, pero todos terminamos abrazados.
Si no me hubiera perdido en las calles de Hamburgo, y si no me hubiera quedado sin batería, probablemente habría decidido no salir, y no habría recibido el año nuevo junto a los alemanes.
Una experiencia muy bonita.
Espero regresar pronto a Hamburgo para tomar más fotos de las que tomé.